Piscinas sin sequera

Voy dando un paseo junto a la playa. Como ha habido temporal está toda la arena revuelta, amontonada, rieras por aquí y por allá, cañas y broza por doquier, vamos, hecha un cristo. Esto es la Costa Dorada (Tarragona) y dentro de nada llega la Semana Santa, así que tendrán que ponerse las pilas en preparar la arenita para que la avalancha de turistas pueda acomodarse junto al mar y darse un baño, si no de agua, que aún está demasiado fría, al menos de vitamina D, la que está de moda como excusa para tomar el sol.

Hasta ahora y desde hace muchos meses, todo estaba cerrado, por aquí no hay Imserso. Hoteles, tiendas, apartamentos, restaurantes y bares, desiertos como si hubiese caído la bomba de hidrógeno, esa que mata a todo bicho viviente pero deja lo inhumano tal cual estaba. Tan solo un pequeño núcleo habitado, donde hibernan los lugareños, ha permanecido abierto en los meses de invierno. Ahora, como por encanto, algo empieza a cobrar vida de nuevo y ves alguna gente afanándose en limpiar, encendiendo los escaparates, montando sillas y mesas en las primeras terrazas, e incluso los primeros hoteles abriendo a modo de prueba para cuando llegue la Semana Santa que los coja entrenados.

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En medio de este desierto turístico hay algo que me llama la atención y que da una idea de cómo es esta sociedad en la que vivimos. Todos los hoteles, vacíos y cerrados a cal y canto como antes decía, tienen sus piscinas llenas e impolutas, con su agua cristalina bien depurada para cuando llegue el veranito que se augura tórrido de nuevo. Lo mismo ocurre con la inmensa mayoría de los complejos de apartamentos desocupados, piscinas cristalinas llenas de ese líquido cada vez más escaso que llamamos agua. Se ve que hace meses, ante el anuncio de la Generalitat de que iba a prohibir llenar las piscinas, todo el mundo se apresuró a tener la suya hasta el borde, para cuando llegara, como llegó, la prohibición. Unos las han llenado, otros las han rellenado y mantenido desde el verano pasado, pero nadie se ha quedado con su piscina vacía. Cuando llegue la caló estarán llenas de bañistas que, a pesar de la sequera, podrán refrescarse a placer, pero si se cumplen las predicciones y no car ni gota, a ver cómo se hace para mantenerlas sin abrir el grifo a pesar de las restricciones.

Las piscinas insolidarias son solo una muestra de que cada cual va a su bola, ni cambio climático ni puñetas. No es de extrañar que los pantanos de la zona estén más secos que la mojama, porque sin llover y todas las piscinas, que por aquí son miles y bastante grandes, llenas a rebosar, no ha quedado ni una gota. Luego habrá que traer agua en barco, que vale un pastón, hacer desaladoras, amagar con el sempiterno trasvase del Ebro… Hay sequía de agua pero también de responsabilidad.

El turismo es un gran invento, pero tiene el mismo peligro que cualquier monocultivo económico, ya sabes, eso de no poner todos los huevos en la misma cesta. En España hay muchas regiones que el día que el clima apriete de verdad y los turistas decidan irse a otros lugares lo van a tener muy crudo. El panorama invernal del todo cerrado a cal y canto se podría alargar a todo el año. Deberían pensar los gobiernos en cómo buscar una salida al problema, porque seguro que algún día, llueva o no llueva, muchas piscinas se quedarán vacías de turistas.

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