Estamos en un momento en el que la sociedad intenta normalizar la salud mental como una parte más de la salud, dolencias que hay que tratar con la misma naturalidad con la que se tratan las de la salud física. Ocurre sin embargo que en ese movimiento pendular tan típico de los cambios sociales, pasamos de que las enfermedades mentales se ocultasen porque estigmatizaban a quienes las sufrían, a lo que ocurre ahora, que parece que cualquier comportamiento que se sale del estándar hay que tratarlo como un problema de salud mental. La tristeza es depresión, un carácter introvertido sociopatía, y todo acaba siendo candidato a la consulta de un psicólogo o de un psiquiatra.
Los deportistas profesionales, cuya vida transcurre entre las competiciones, entre sus limitaciones, bregando con el estado físico del momento o el psicológico, saben que mantener un buen nivel mental es básico para poder llevar ese ritmo al que les somete su carrera profesional. Tienen que administrar anímicamente sus victorias pero también sus derrotas, sus ascensos y sus declives, y no todos lo consiguen, incluso diría que la mayoría se deja lo bueno de la vida en el intento. Hasta tal punto llega el nivel de exigencia al que están sometidos que ya no hay nadie que no tenga un psicólogo en su equipo de preparadores, y no hablo solo de la élite sino de deportistas de nivel medio que son la mayoría.
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